viernes, 14 de enero de 2011

Diez años de la tertulia “Ciencia y Consciencia”

El viernes 25 de enero de 2010, hace ya casi un año, asistí en el Ateneo de Madrid a lo que para mí representó el cierre de un amplio círculo, un círculo que había comenzado a trazarse diez años antes. Máximo Cortezón, un compañero habitual de la tertulia “Ciencia y Consciencia”, nos presentaba a debate un esquemático pero esmerado y riguroso recorrido por la evolución del concepto de “conciencia” a través de la historia. El repaso finalizaba en tiempos recientes, cuando desde la Ciencia se retomaba decididamente el estudio de la conciencia humana a la luz de los nuevos avances producidos en campos como la Neurobiología. Exactamente el mismo punto del que había partido la tertulia en la década anterior.

En aquella época, Álvaro López Ruiz entregó la batuta de la Sección de Ciencia del Ateneo al actual presidente, Juan Fuertes, formalizando el relevo en un acto al que tuve el privilegio de asistir. No voy a glosar aquí la figura de Álvaro, pero sí quiero aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para dejar bien patente mi respeto, reconocimiento y admiración hacia este ateneísta, un científico “eternamente joven” (en palabras textuales y acertadas de Carmen González, mi mujer y otra de nuestras contertulias destacadas). El caso es que Álvaro distribuyó entre los presentes en dicho acto un documento resumen de su intervención en el que se hacía referencia explícita a la reciente creación (exactamente el día 4 de febrero de 2000) de la tertulia “Ciencia y Consciencia”, coordinada por José Manuel Duarte. Yo no tenía ningún conocimiento previo de la existencia de aquella tertulia y fue a raíz de este descubrimiento cuando me dispuse a asistir a la siguiente convocatoria de la misma, para continuar haciéndolo con asiduidad durante todos estos años (con algún paréntesis motivado por una estancia en el extranjero). Dada mi condición de contertulio habitual y miembro cuasi-fundador, lo mínimo es escribir en mi blog unas líneas conmemorativas del décimo aniversario de la tertulia.

En sus primeros momentos nuestra tertulia llegó a ser casi masiva, no siendo extraña la afluencia de treinta o hasta quizá cuarenta personas que abarrotaban la Cacharrería del Ateneo. Gentes de variado pelo: algunos, profesionalmente relacionados con el mundo de la Ciencia y la Tecnología (como el propio Álvaro, ingeniero, o José Manuel, neurólogo); otros, simplemente interesados en las cuestiones que allí se debatían. La tertulia hundía sus raíces en temas y tiempos muy antiguos, pero el abordaje del problema principal que justificaba su existencia se había revitalizado y había rebrotado con nuevos planteamientos surgidos en tiempos no muy lejanos, por ejemplo a la luz de unas Ciencias Cognitivas refundidas en los Estados Unidos de los últimos setenta (tal y como nos relató, con su espíritu crítico tan característico, otro de los tertulianos regulares de entonces, Vicente Miró). Asistíamos pues a debates de enorme profundidad y de una gran riqueza de matices, en los que músicos, abogados, filósofos o poetas aportaban visiones particulares de enorme valor para quien, como era mi caso, estaba acostumbrado a dialogar sobre temas de Ciencia siempre con personas demasiado próximas. Todo ello en el mismo espacio físico en el que Cajal, Simarro o Carracido habían impregnado el aire para siempre con la autoridad de sus diálogos sobre la Ciencia y la vida. Era en suma un verdadero lujo y un gran placer pasarse por la Cacharrería dos veces al mes a compartir información, opinión y presencia con todas aquellas personas, las del presente y las del pasado.

Otro de los valores añadidos de aquellas reuniones memorables era el resumen de noticias científicas que preparaba cuidadosamente José Manuel Duarte y que constituía el inicio de cada una de las reuniones. Se trataba de una revista tan interesante que algunos habituales del Ateneo se pasaban por allí tan sólo a escucharla, y una vez terminada seguían su camino. Así recuerdo a una ateneísta ya mayor, atenta hasta casi el éxtasis a las explicaciones certeras y elocuentes con que José Manuel glosaba las noticias y las relacionaba entre sí. Otro lujo impagable.

No sé a ciencia cierta qué pasó, pero a partir de un determinado momento fueron dejando de venir muchos de los contertulios natos, y aunque también se produjeron nuevas incorporaciones valiosas, éstas nunca llegaron a compensar el déficit que supuso aquella primera deserción. Echamos así de menos primero a Álvaro, luego llegamos a perder al propio José Manuel, y a muchos otros con ellos. Hasta que un grupo de irreductibles (entre ellos algunos de los más antiguos y activos contertulios como el psicólogo Alfonso Medina y el biólogo Laureano Castro) reflexionamos y decidimos que el tema que nos reunía estaba lejos de agotarse, y que merecía la pena intentar rellenar en la medida de lo posible el vacío que se estaba creando con un esfuerzo colectivo. Así pues, la tertulia seguiría su camino hurgando en los misterios del cerebro humano, desmenuzando atributos y conceptos presumiblemente relacionados con nuestra conciencia (la inteligencia, el lenguaje, la empatía…). Siempre a la luz de los nuevos descubrimientos, pero sin olvidar en ningún momento a los clásicos; citando a Searle, a Damasio, a Watson, pero también a Aristóteles, a Descartes, a Ortega.

Justo es reconocer que de entre aquellas personas que retomaron el timón de la tertulia, en una en particular recae la mayor parte del mérito de que se haya mantenido viva en los tiempos más recientes. Así, mientras algunos íbamos flaqueando en el empeño por uno u otro motivo, Javier de la Plaza nunca lo hizo y gracias a este “teleco” incombustible no nos ha faltado un programa anual de reuniones, ni una sala donde juntarse el primer y tercer viernes de cada mes (ocupada ya por desgracia de forma contínua nuestra ubicación original en la Cacharrería para fines expositivos). Javier está bien apoyado para ello desde el cibermundo por Carmen Cayuela, otra contertulia imprescindible que pilota los mandos de una lista de correo-e con fines de coordinación. Asegurada la permanencia, cada cual iría encontrando la manera de aportar su particular granito de arena para hacer la tertulia viable: atrayendo nuevas personas a nuestros encuentros, preparando personalmente temas para el debate, distribuyendo carteles anunciadores, moviendo sillones, acarreando botellas de agua… o simplemente asistiendo y participando.

La tertulia ha mantenido básicamente la misma estructura y dinámica de los primeros tiempos, iniciándose con una revista de novedades científicas (salvada asimismo por la dedicación de Javier, quien optó por cambiar el estilo para centrarse en comentar tan sólo dos o tres noticias con cierta profundidad). A esta revista sigue una introducción del tema del día por algún voluntario más o menos familiarizado con el mismo, y a continuación se pasa a lo que en mi opinión constituye la guinda del pastel: un debate abierto que llega a rozar las diez de la noche y que aún se prolongaría más de forma natural de no ser porque siempre se impone la idea de trasladarlo fuera y dorarlo un poco con la cerveza de alguno de los bares próximos al Ateneo. Este formato resulta de un gran atractivo y en mi opinión puede tomarse como ejemplo para desarrollar iniciativas particulares de divulgación científica, tal y como pusimos de manifiesto en el IV Congreso de Comunicación Social de la Ciencia celebrado en Madrid en 2007.

A lo largo del tiempo, los contenidos de la tertulia irían experimentando considerables variaciones y el contorno temático se ha difuminado con intervenciones de casi toda índole, a veces muy alejadas de la Ciencia. Tal deriva, desenfoque o simplemente evolución de la tertulia hacia temas no estrictamente relacionados con la visión científica de la conciencia/consciencia se retrata en situaciones muy ilustrativas, como la de aquel compañero convencido de que el nombre de la tertulia es en realidad “Ciencia y Filosofía”, a la vista del permanente manoseo de principios críticos propios de Hume o Feyerabend; también ilustrativa fue la propuesta y consecuente celebración de algunas tertulias sobre Derecho, Astronomía, etc., desprovistas de conexión aparente no solamente con el problema de la conciencia, sino en ocasiones con la propia Ciencia y hasta con la Filosofía. Por tanto, nuestra tertulia se ha ido convirtiendo de forma espontánea en un foro en el que se tratan temas cada vez más amplios desde una perspectiva cada vez más impredecible, y quizá por eso cuando el 25 de enero del año pasado Máximo volvió al principio de los tiempos, casi nadie se inmutó ni orientó su discurso en la dirección original marcada por los pioneros. Sea como sea, el hecho de que la tertulia haya persistido hasta hoy merece sin duda una felicitación… ¡Feliz nueva década!

Resulta que esto se lee...

Hace unas semanas me encontré con una compañera del CEU, Beatriz, que resulta que ha encontrado este blog y hasta se ha leído lo que aquí había... Una razón para que, después de algunos años de ignorancia, me plantee editar cosas en este espacio. Así que voy a ello