lunes, 8 de abril de 2013

UNA TRAYECTORIA CLARA PARA EL INVESTIGADOR SANITARIO EN BENEFICIO DE TODOS

En fechas recientes ha visto la luz un informe de avance sobre el seguimiento y evaluación del programa de contratos Miguel Servet, elaborado por el Grupo de Investigación en Evaluación y Transferencia Científica (ETC) en el que se integran investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) (1). Este importante documento es fruto de un proyecto financiado por el Instituto de Salud Carlos III cuyo principal objetivo es determinar el papel real que juegan los investigadores a tiempo completo en nuestros hospitales; en este sentido, hay que tener en cuenta que el programa Miguel Servet es hoy en día el principal instrumento que posibilita la incorporación de dichos investigadores a las instituciones sanitarias, y por tanto el examen de su desarrollo proporciona indicadores muy relevantes sobre aspectos clave de la investigación sanitaria en nuestro país.


Entre los principales resultados que se recogen en el informe del ETC, los autores destacan la reducción en las expectativas de estabilidad que los investigadores reflejan en sus cuestionarios; de hecho, se trata de la principal debilidad del programa percibida por los encuestados. Además, si se tiene en cuenta que estos últimos no se encuentran aún en su último año de contrato al rellenar las encuestas, las cifras obtenidas presagian un mal dato al final del mismo (que tiene seis años de duración). Estos relevantes hallazgos vienen a confirmar de una forma objetiva mi percepción (y la de otros compañeros) de que existe una inestabilidad extrema en la investigación traslacional de nuestro país, por cuanto los principales actores de la misma tienden a abandonar el barco o son instados a ello por las circunstancias. Recordemos que la investigación traslacional es aquella que trata de aplicar con la mayor rapidez posible los avances de la Ciencia básica a los problemas reales de salud de la población, acercando así el laboratorio a la clínica (2); en este contexto, resulta imprescindible incorporar investigadores básicos a los hospitales y que su interacción con los clínicos llegue a producir un lenguaje y unos intereses comunes en beneficio de los pacientes. Si los básicos no llegan a los hospitales o salen de ellos la investigación en salud se debilita, agravándose así aún más en el sector sanitario la preocupante situación del sistema general de I+D+i, ya muy mermado de base por los recortes de recursos públicos y privados que se derivan de la crisis económica y de las políticas que se están aplicando en relación con la misma. Esto es, en sanidad no sólo son escasos los recursos, sino que falta además un perfil definido específico que oriente la carrera profesional de aquéllos que pretendan ser investigadores a tiempo completo (a diferencia de lo que ocurre en universidades u otros organismos como el CSIC).

Hay que precisar que este problema no es nuevo ni mucho menos. De hecho, la clarificación del perfil del investigador sanitario está en el ánimo de diversas iniciativas legislativas en el ámbito de la Ciencia y es desde hace años la principal reivindicación del colectivo de profesionales que se agrupan en torno a la Asociación Nacional de Investigadores Hospitalarios (ANIH) (3), entre otras asociaciones de investigadores. Lo que está ocurriendo en el día de hoy es que se está dando una exacerbación aguda de la patología, por hablar en términos propios de nuestra jerga. En mi caso en concreto he podido vivir el problema con toda su intensidad en el ámbito de Castilla-La Mancha,en donde en poco más de tres años se ha pasado de la euforia y la expansión a una debacle escalonada en la que las convocatorias regionales de proyectos y contratos de personal investigador han desaparecido, un número significativo de investigadores pre y posdoctorales no han visto renovados sus contratos o han sido directamente despedidos y algún investigador del programa Ramón y Cajal no ha sido estabilizado a pesar de haber dibujado una trayectoria excelente. Y eso sin entrar en detalles mucho más escabrosos, como la temporal (espero) desaparición de la financiación externa obtenida en convocatorias competitivas por los grupos de investigación de la región.

No me gustaría que mi reflexión se utilizase de forma partidista, interpretándose como una crítica a la gestión de un grupo político determinado, ya que no me interesa demasiado quién tiene la culpa de la situación en la que estamos, sino la forma de salir de ella. Así, creo que resultaría muy útil regular de una vez por todas la carrera profesional del investigador sanitario contemplando distintos niveles de progreso en la misma y dotándola de un futuro menos incierto, independientemente de que la disponibilidad de fondos permitiese ofertar muchas o pocas plazas en un momento dado. Esto es, el horizonte debe quedar claro tanto si es prometedor como si es paupérrimo, por tanto no se trata de un asunto principalmente económico. Quizá sería también el momento de pensar en una financiación mixta de la renta del investigador profesional, componiéndola con un fijo mínimo y una cantidad variable en función de los resultados para huir así definitivamente de la excesiva funcionarización y del café para todos. En Ciencia existen múltiples indicadores objetivos para hacer esto limpiamente y aprovechar además los instrumentos de evaluación para reforzar la dedicación en aquellas parcelas que son más deficitarias en nuestro sistema (por ejemplo, la generación de patentes explotables).

Un nuevo modelo de regulación debería también abrirse para dar cabida a los clínicos que tratan de compatibilizar trabajos de investigación y labor asistencial en el hospital o en atención primaria. Sin ellos apenas podrían existir ni la investigación clínica (obviamente) ni tampoco la investigación traslacional, y sin embargo hoy en día apenas existen incentivos para favorecer una tarea que debería conllevar beneficios tangibles para la carrera profesional (complementos económicos, puntos para concursos de plazas, reducción de actividad asistencial, etc.). Es más, como recientemente propuse en un foro organizado por la Fundación Gaspar Casal el pasado 30 de enero, creo que sería de gran interés potenciar mucho más las actividades de investigación dentro de los programas formativos de las especializaciones sanitarias, siguiendo así el modelo americano.

En definitiva, no sólo son económicos los problemas a los que nos enfrentamos para consolidar la investigación en salud, y en el capítulo de personal se reúne una buena parte de las mayores dificultades. Abordarlas con la mentalidad y el ánimo de crecer está en mano de cualquiera de nuestros gestores sanitarios, cada uno a su nivel.


REFERENCIAS

(1) Grupo de Investigación en Evaluación y Transferencia Científica CSIC/CCHS (2013). Seguimiento y Evaluación del Programa de Contratos “Miguel Servet”. Informe de avance. Accesible en: http://www.investigacion.cchs.csic.es/miguelservet/es/news (8 abril 2013)

(2) Alguacil LF, Salas E, González-Martín C (2011). ¿Qué es la investigación traslacional? Apuntes de Ciencia (Boletín científico del HGUCR). Accesible en: http://apuntes.hgucr.es/2011/07/01/%c2%bfque-es-la-investigacion-traslacional/ (8 abril 2013)

(3) Asociación Nacional de Investigadores Hospitalarios http://www.anih-es.org/

domingo, 13 de enero de 2013

Nacionalismo y Nazionalismo


En estos meses vivo con desilusión, tristeza y alarma el triunfo de las ideas nacionalistas en Cataluña.

Siempre he considerado muy positivo para todo el país que los catalanes “tiraran” del resto de nosotros en tantos y tantos campos. Tengo entre mis referentes más significativos a muchos catalanes individuales o en grupo: no concibo el teatro sin Els Comediants, Els Joglars o La Fura, ni la música y la poesía sin Serrat, o la ciencia sin Fuster, Guinovart o Massagué, por poner sólo algunos ejemplos que me vienen enseguida a la cabeza, casi sin pensar. En muchas de estas personas reconozco un cierto estereotipo que me he definido a mi mismo como el “catalán universal”: original, inteligente, abierto; amante de su tierra, como no puede ser de otra manera, pero al mismo tiempo global en sus concepciones sobre el hombre y el mundo, y por ende muy poco interesado en poner fronteras donde no las hay (más bien en derruir muchas o todas las que hay). De este “catalán universal” siempre he recibido buenas sensaciones, siempre le he sentido muy cercano, le he admirado y he buscado su complicidad. Otros catalanes a los que siento tan cercanos o más aún que los anteriores son mis familiares y amigos de allí, algunos de los cuales sino la mayoría son también claramente “catalanes universales”. Me gustaría que la inmensa mayoría de catalanes tendiera hacia ese perfil exactamente en la misma medida que lo deseo para el resto de la humanidad; por eso, cuando percibo que el modelo triunfante puede ser otro, en primer lugar lo que me domina es la desilusión.

El modelo nacionalista antepone el concepto nación a cualquier otro a la hora de identificarse y establecer objetivos, esto es innegable porque en caso contrario los nacionalistas se harían llamar de otra manera. Lo universal existe, pero queda por detrás: lo primero es la Patria, un concepto que me chirría. Las proyecciones de este modelo deberían ser obvias: en el campo de la solidaridad, por ejemplo, antes ser solidario con un nacional que con un extranjero, independientemente del grado de necesidad de uno y otro. El modelo nacionalista personalmente me desagrada: preferiría así que se gastasen mis impuestos en un colegio en la India antes de que se usaran para engordar la jubilación millonaria de un banquero español. Y viniéndome más cerca, desde luego prefiero subsidiar a un jornalero andaluz desempleado antes que contribuir a asfaltar el acceso a la finca particular de un madrileño adinerado. La historia nos enseña claramente que el nacionalismo es ante todo un invento burgués destinado a cimentar la primacía económica de un grupúsculo endémico en detrimento de algún otro poder económico que se califica como foráneo, quedando todo lo demás en un segundo plano. El dinero debe quedar en casa, cómo se reparta luego es secundario. Ante tal prioridad aquellos grupúsculos, actuando como élites locales, han exhibido a lo largo de la historia argumentos étnicos o lingüísticos para aglutinar en torno a ellos a todos los nacionales, contraponiéndolos a un cierto “enemigo” exterior de distinta raza o lengua que amenaza desde el otro lado de una frontera a menudo imaginaria. Un engañabobos que puede resultar muy atractivo convenientemente envuelto en una bandera de colorines llamativos. Los nacionalistas –españoles, catalanes, alemanes…- no me son pues simpáticos porque mis prioridades y mis valores son otros, y allá donde triunfan veo derrotada la solidaridad entre los pueblos, el mestizaje y la riqueza de la diversidad. El juego es triste aunque a veces parezca simplemente cómico, como ocurre en aquellas ocasiones en las que los padres de la Patria llegan a deformar la historia y la realidad de una manera tan grotesca que cualquier librepensante puede llegar a retorcerse de la risa. A pesar de todo esto, los nacionalistas no son necesariamente mis enemigos. Sólo lo son cuando se convierten en nazionalistas.

El cambio de la “c” por la “z” ocurre cuando el orgullo por lo “propio” se ve superado por la emergencia del rechazo ante lo ajeno, de tal forma que el desprecio o el desdén (ya de por sí odiosos) crecen desaforadamente hasta llegar a la persecución y la marginación del distinto. Este último se convierte así en el estereotipo de la maldad y de la agresión hacia la Patria, y merece por tanto ser fulminado. Hablamos de los nazis alemanes – y de todos sus votantes adocenados- versus los judíos en los años 1930, por poner un ejemplo reconocido universalmente (podrían reconocerse otros muchos). ¿Es esto lo que pasa en Cataluña hoy día en relación con los españoles? Afortunadamente no; hasta la fecha todas las reivindicaciones nacionalistas, incluyendo la búsqueda de la independencia, vienen fluyendo por cauces democráticos y son por tanto legítimas e intachables porque se baten en la arena de la libertad. Pero ojo: ¿Podría llegar a ocurrir? Desgraciadamente sí.

Cuando afirmo que esta amenaza es real es porque he visitado páginas y blogs de nacionalistas catalanes y he visto claramente que en muchas de sus mentes va anidando la odiosa “z”. Se comienza dibujando mapas un tanto inocentes de Cataluña o los Estados Unidos Catalanes y discutiéndose los territorios que deberían incluirse o excluirse (una discusión hilarante), pero se continúa afirmando cosas tales como que todos los españoles son sangrientos personajes amantes de dar muerte a los toros mientras que todos los catalanes son ilustres humanistas (esto ya empieza a ser tan triste como cómico), hasta llegar a utilizarse expresiones como “están cagados” “vamos a por ellos” y otras de este tipo, ya claramente nazionalistas. Los individuos nazionalistas, en tanto que potenciales agresores de otras personas, son fascistas y por tanto enemigos de cualquier amante del Hombre. Y conmino a todos, catalanes, españoles y personas de cualquier otro origen, a combatirlos activamente siempre, desde la razón o incluso desde la fuerza si llegase el caso de que pasaran a agredir a cualquier ser humano. Estemos atentos, por favor.