jueves, 19 de marzo de 2020

COVID-19: ¿La venganza póstuma de civetas y pangolines?

Ayer asistí a una magnífica charla en streaming de mi compañero Estanislao Nistal (Estanis, un verdadero crack) sobre el SARS-CoV2 (el maldito coronavirus COVID-19, otro crack, pero éste de los chungos). Me llamó la atención que entre los supuestos reservorios naturales del virus barajase Estanis la posibilidad de que se encontraran las civetas y los pangolines, mamíferos relativamente desconocidos por nuestros andurriales. Yo al menos ignoraba la existencia de las primeras (en primera instancia pensé que podrían tener otro nombre más común, pero no), y de los segundos algo había oído, aunque poco. Así que me lancé a la Red a paliar mi ignorancia.

Y así he visto que unos y otros animalitos son objeto habitual de nuestra barbarie de humanos depredadores con pocos escrúpulos. En el sur de Asia las civetas, algunos de cuyos rasgos recuerdan mucho a los mapaches, son capturadas, encerradas y obligadas a deglutir cantidades ingentes de bayas de café. El objetivo es volver a recuperar estas últimas de las heces una vez semidigeridas, ya que en el proceso adquieren un aroma especial, siendo así la base de un tipo de café (“kopi luwak”) muy apreciado en determinados mercados. A las civetas ya se les tocaban antes las narices (por no decir otra cosa) para obtener un almizcle con propiedades aromáticas interesantes, pero este otro uso resulta mucho peor; al parecer, los animales terminan por exhibir comportamientos anormales en cautividad (me imagino que por sobredosis de cafeína) y si en vez de sacrificarlas se las suelta tras el martirio, resulta que tienen muy pocas posibilidades de sobrevivir de nuevo en la naturaleza.

Lo de los pangolines no sé si es aún peor: los individuos que caen en nuestras civilizadas manos puede que tengan un final más rápido, pero al cabo muy violento. Tras morir literalmente a palos, estos indefensos y curiosos seres son cocidos para separar fácilmente su carne de las escamas que la recubren. Una y otras se comercializan, aunque son las segundas las más apreciadas por parte de algunos bípedos decorticados debido a sus supuestas propiedades medicinales. Me juego el cuello a que estas virtudes curativas están tan probadas científicamente como las de los cuernos de los rinocerontes o las aletas de los tiburones. Actualmente los pangolines que sobreviven caminan, con triste cadencia, hacia la extinción.

No cabe pensar que las civetas y pangolines estén conchabados conscientemente para acabar con la humanidad. Pero les sobrarían motivos, y la posibilidad de que sus heces hayan podido contribuir a diseminar los coronavirus patógenos que nos azotan representa una metáfora poética de la venganza: parecería que se ciscan en nosotros.