domingo, 20 de septiembre de 2020

Ino


Cuando hace 25 años desembarqué entre los González-Arranz-Martín-Pinela, perdidamente enamorado de Carmen, no podía imaginarme cuántas cosas buenas más me iban a suceder brujuleando por aquella nueva familia. Sin duda, una de las mejores sería tener la oportunidad y el privilegio de conocer a Ino.

Mucho tiempo después de nuestro primer encuentro en Carbonero, Ino se convertiría para mí en un sinónimo de cercanía, de calidez, de simpatía, de sinceridad, y sobre todo de generosidad. Esta última atribución se la oí repetidamente a varias personas el día de sus bodas de oro con Nestor, otra persona excepcional, lo que añade peso y verosimilitud a mi juicio. Diría también que Ino era un ejemplo de sencillez y austeridad, aunque para cuadrar esto último con exactitud tendría que olvidarme de sus zapatos. Ino era una persona única.

Hablé mucho con Ino, y recuerdo con cariño las veladas en nuestro pueblo alrededor de la mesa camilla o al calor de la chimenea, cuando exhibía su memoria privilegiada para describirnos los más pequeños detalles de los más lejanos acontecimientos transcurridos en Cantimpalos, en Segovia, o en los colegios por los que pasó. Siempre sonriendo, siempre ordenándome devorar todo lo que quedase de comida por los alrededores: cómete esto, cómete aquello, con esa voz tan divertida y amable y esa mirada tan tierna.

Hoy Ino se nos ha ido. Puedo intuir el inmenso dolor de su marido, de sus hijos, de sus nietos. El inmenso dolor de su hermana, de sus sobrinos. Y aunque no sea desde luego comparable, quisiera unir a él la enorme sensación de vacío y tristeza que estoy seguro queda en los corazones de quienes, sin ser de su misma sangre, la conocimos tanto como para haber deseado serlo de alguna manera. Buen viaje tía Ino, ninguno de los que te conocimos te olvidaremos jamás.

El Área de Farmacología de la Universidad San Pablo CEU cumple 25 años: De cómo empezó todo



En la primavera de 1995, discretamente, el Jefe del Departamento de Farmacología del Centro de Investigación Justesa Imagen toma medidas de los muebles de su laboratorio. Pero es sorprendido por una auxiliar que, temiendo quizá algún tipo de reconversión maléfica en la empresa, le interpela con un punto de angustia: ¿Pero qué haces?

Lo que pretendía aquel individuo que ahora suscribe este texto no era transformar el lugar sino diseñar un nuevo laboratorio de Farmacología para la Facultad de Ciencias Experimentales y Técnicas de la Universidad San Pablo CEU, en connivencia con Pepe García de los Ríos, eminente microbiólogo y entrañable amigo que nos ha dejado recientemente. Habíamos recibido ese encargo del Decano de dicha Facultad, Emilio Herrera. En el horizonte cada vez más cercano se contemplaba mi incorporación al CEU con el fin de organizar no sólo la docencia de nuevas asignaturas del Área de Conocimiento de Farmacología en la licenciatura de Farmacia (aún no se hablaba de grados), sino también con la intención de arrancar alguna línea de investigación en este campo. Algunos años antes el Director General de la Fundación Universitaria San Pablo CEU y el Rector de la Universidad, José Luis Pallarés y José Tomás Raga respectivamente, habían encomendado a su vez al profesor Herrera construir una Facultad nueva sobre los cimientos del antiguo Colegio Universitario que coordinaba Emilio Novella en Montepríncipe. La tarea ya emprendida no estaba resultando nada fácil por muchas razones que exceden el propósito de estas líneas. Obviamente la expansión exigía incorporar nuevas personas y entre los criterios selectivos que Herrera venía aplicando se apreciaba un claro sesgo hacia perfiles con más peso en investigación, toda vez que este último pilar era el más débil en el antiguo Colegio.

En septiembre del curso 95/96, hace exactamente 25 años, aterricé finalmente como estaba previsto en una Facultad cuyas instalaciones distaban aún mucho de parecerse a las de un campus de Ciencias de una universidad al uso. Tres pequeños edificios dotados de algunos laboratorios exiguos con vocación natal exclusivamente docente, pocas aulas, despachos de profesores todos juntos y apartados de los laboratorios, como en un instituto de enseñanza media. Infraestructuras comunes casi inexistentes más allá de un embrión de estabulario y una minúscula cafetería. Un pequeño conjunto en suma pegado a un colegio repleto de niños que era mucho más prominente en presencia, ruido y transcendencia. Y casi ningún aroma de actividad investigadora, que había de buscarse con determinación para encontrarse. Poder contribuir de alguna manera a la reconversión de aquello suponía desde luego un gran reto, y eso reconozco que me supuso un aliciente irresistible, dada mi inclinación natural a construir cosas. Afortunadamente concurrían también elementos más que prometedores: los profesores del Colegio tenían por lo general una enorme vocación y una amplia experiencia docente y las clases prácticas que allí se impartían eran inmejorables, por lo que puede afirmarse que el punto de partida en materia de docencia era excelente. Por otra parte, habían sobrevivido por allí algunos meritorios francotiradores capaces de convertir sutilmente los laboratorios docentes en investigadores día tras día y como por arte de magia cuando se dejaban de impartir las prácticas, cultivando proyectos y tesis y formando tras de sí equipos comprometidos. Con los profesores y alumnos convivía un grupo entusiasta de administrativos, bedeles y otro personal de servicio entre los que quiero destacar a otro Pepe, Pepe Gamero, atleta y hostelero, ya que con el tiempo se convertiría en uno de mis mejores amigos.

Emilio Herrera me tenía reservada una doble sorpresa: en vez de incorporarme a tiempo parcial lo haría a tiempo completo, y además habría de encargarme no sólo de la responsabilidad del Área de Farmacología, sino también de la dirección del nuevo Departamento de Bioquímica, Fisiología y Farmacología. Esto último me lo vendió inicialmente Emilio como algo provisional con fecha de caducidad en enero de 1996, aunque cumplido el plazo anunciado no se produjo el relevo y seguiría yo en el cargo; es más, terminaría encadenando la dirección de un departamento tras otro sin solución de continuidad y bajo el mandato de distintos Decanos hasta enero de 2009. Pero dejemos esto último para centrarnos en el Área de Farmacología en sí. Por aquél entonces se impartían en Montepríncipe las prácticas de Farmacología de la licenciatura de Medicina del Colegio Universitario que seguía adscrito a la Universidad Complutense. Nuno Henriques las acogía en su laboratorio de Genética y las organizaba e impartía junto con sus colaboradores siguiendo un guión espléndidamente elaborado por él mismo y por la profesora Coronación Rodríguez Borrajo. Aquello fue primordial para poder ir montando las nuevas prácticas de Farmacia con el apoyo de Nuno y los suyos y con los mismos mimbres, ya que hasta el curso siguiente no tendríamos laboratorio propio al haber quedado encuadrados en la segunda tanda de adjudicaciones de un edificio B aún en proceso de reforma y ampliación. La falta de laboratorio nos obligó por otra parte a implantar la nueva línea de trabajo en dolor y drogodependencias entre el Animalario de la Facultad y los huecos de los laboratorios de Orgánica o de Bioquímica que nos despejaban y cedían nuestros compañeros de esas áreas con la mejor voluntad. A todos ellos quedaremos eternamente agradecidos.

Habrá observado el lector que en un momento determinado he pasado del singular al plural, y es que difícilmente hubiese podido encargarme de todo esto yo solo, máxime si tenía que ejercer al tiempo un esfuerzo adicional de gestión que no estaba previsto. Consciente del panorama, Emilio Herrera obtuvo de la Fundación una plaza adicional de profesor de prácticas para el área, y gracias a la existencia de becas internas de investigación (que en buena parte a él se deben también, como tantas otras cosas buenas), pudimos presentar un candidato a la convocatoria correspondiente y obtener una de ellas. Para la plaza de profesor seleccionamos a Lidia Morales, quien procedía como yo de la industria farmacéutica (lo que aseguraba muchas y muy buenas “manos”), y quien por supuesto tenía la firme intención de hacer una tesis doctoral, condición sine qua non para unirse al proyecto (terminaría obteniendo el Premio Extraordinario de Doctorado). La beca de investigación fue a parar a Carmen Pérez, aterrizada por aquí desde la Universidad Complutense gracias al consejo de la profesora de Farmacología Marisol Fernández Alonso. Al margen de su tesis, Carmen también se implicaría a fondo en la docencia completando así un equipo cohesionado. El trabajo de aquellos meses funcionó convenientemente: al final del curso teníamos ya datos experimentales para enviar a congresos e incluso para publicar in extenso, la asignatura de Farmacología General se había sacado adelante con éxito (aquellos alumnos terminarían eligiéndome padrino de su promoción) y sobre todo se habían sentado las bases sobre las que edificar un futuro sólido en los cursos siguientes. Todo ello contribuyendo además a que los objetivos más globales de la Facultad y de la Universidad se fueran sedimentando: oferta de doctorado, formación continuada, etc. etc.

Acabo así una breve reseña de cómo se sucedieron las cosas en aquellos días. Ya en el curso siguiente la carga docente y la actividad investigadora del área experimentarían un incremento más que significativo, y esa sería la tendencia hasta la actualidad cuando la progresiva ampliación del panel de profesores ha permitido llegar a un escenario en el que se imparten numerosas asignaturas de diversos grados y posgrados, mientras que no sólo una sino varias líneas de investigación están fuertemente implantadas. Al frente tenemos a un joven profesor que ha dejado de ser una apuesta de futuro para convertirse en un magnífico timonel, así que sólo puedo esperar más y más éxitos de este grupo de compañeros y quedar satisfecho y convencido de que la obra iniciada hace 25 años ha merecido la pena.