domingo, 20 de septiembre de 2020

Ino


Cuando hace 25 años desembarqué entre los González-Arranz-Martín-Pinela, perdidamente enamorado de Carmen, no podía imaginarme cuántas cosas buenas más me iban a suceder brujuleando por aquella nueva familia. Sin duda, una de las mejores sería tener la oportunidad y el privilegio de conocer a Ino.

Mucho tiempo después de nuestro primer encuentro en Carbonero, Ino se convertiría para mí en un sinónimo de cercanía, de calidez, de simpatía, de sinceridad, y sobre todo de generosidad. Esta última atribución se la oí repetidamente a varias personas el día de sus bodas de oro con Nestor, otra persona excepcional, lo que añade peso y verosimilitud a mi juicio. Diría también que Ino era un ejemplo de sencillez y austeridad, aunque para cuadrar esto último con exactitud tendría que olvidarme de sus zapatos. Ino era una persona única.

Hablé mucho con Ino, y recuerdo con cariño las veladas en nuestro pueblo alrededor de la mesa camilla o al calor de la chimenea, cuando exhibía su memoria privilegiada para describirnos los más pequeños detalles de los más lejanos acontecimientos transcurridos en Cantimpalos, en Segovia, o en los colegios por los que pasó. Siempre sonriendo, siempre ordenándome devorar todo lo que quedase de comida por los alrededores: cómete esto, cómete aquello, con esa voz tan divertida y amable y esa mirada tan tierna.

Hoy Ino se nos ha ido. Puedo intuir el inmenso dolor de su marido, de sus hijos, de sus nietos. El inmenso dolor de su hermana, de sus sobrinos. Y aunque no sea desde luego comparable, quisiera unir a él la enorme sensación de vacío y tristeza que estoy seguro queda en los corazones de quienes, sin ser de su misma sangre, la conocimos tanto como para haber deseado serlo de alguna manera. Buen viaje tía Ino, ninguno de los que te conocimos te olvidaremos jamás.

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