miércoles, 24 de febrero de 2021

La Cañada de día


En la mañana del pasado domingo volví por la Cañada Real con un pequeño grupo de jóvenes amigos empeñados en ampliar y profundizar el contacto humano con los yonquis. Aparcamos los coches y desplegamos una pequeña carga de ropa de mujer junto al dispositivo de reducción de daños de la Comunidad de Madrid. Allí contactamos con un médico muy joven, con un enfermero veterano y con varios auxiliares (los domingos no vienen trabajadores sociales) convenientemente pertrechados de alimentos, “kits” para un consumo seguro (compresores, cazoletas, chutas), metadona, y otros medicamentos y material de apoyo. No se trataba de simples empleados, no eran robots: conocían el nombre de los que merodeaban y acudían al puesto, les trataban con deferencia, se alarmaban si alguno de ellos dejaba de acercarse a recoger su medicación. Nos enseñaron y explicaron las características de lo que tenían allí instalado y nos trataron con tanta amabilidad como a sus pacientes. Como ciudadano de Madrid, me enorgullece su labor. Lástima que se desarrolle en condiciones tan precarias.

Un poco más allá el Ayuntamiento de Madrid despliega unos barracones concebidos para proporcionar una mínima higiene a los usuarios, que deben estar necesariamente registrados para hacer uso de la instalación. Esto último nos lo explica una trabajadora ante nuestras dudas: se trata de dar cobertura a quien lo necesita sin promover una actitud acomodaticia de quien bien podría buscarse la vida fuera de aquí. Un enfoque comprensible, pero… ¡qué difícil establecer una línea divisoria mínimamente objetiva!

Abro los ojos como platos para que llegue bien el panorama a mi cerebro. Lo que por las noches iluminan brevemente las hogueras, ahora de día queda plenamente al descubierto: las basuras, los escombros, los chabolos, las tiendas de campaña, todos estos seres humanos que deambulan su desgracia ante nosotros. Conseguimos un contacto muy cercano con algunos yonkis, que nos cuentan sus historias. La debacle de Claudio, el naufragio de un argentino enamorado de España y golpeado sin piedad por la pandemia. Una de las chicas que hace uso de nuestra ropa y de las duchas municipales pasea su renovado palmito ante nuestra alegría. Pero mis amigos, que tienen un corazón que no les cabe en el pecho, están muy preocupados por Ana, una yonqui que conocieron el pasado fin de semana y que no termina de salir de su tienda. Advertidos de la circunstancia y conocedores del caso, los sanitarios de la Comunidad saltan desde sus puestos preocupados por una posible sobredosis o algún otro problema y se lanzan hacia su tienda de campaña. Falsa alarma, afortunadamente. Nadie lo nota, pero a mí se me encoje en ese mismo momento el alma ante el drama de unos y la empatía y solidaridad de otros.

Mis obligaciones familiares me obligan a dejar el lugar un poco antes de que sanitarios y voluntarios se dispongan también a salir de allí. Nuevamente me encuentro emborrachado de sensaciones a las que debo dar algún sentido, y sobrecogido por esta tragedia humana de la que no puedo sustraerme. ¿Cómo puedo ser más útil? Debo pensar…

2 comentarios:

Unknown dijo...

Enhorabuena por este nuevo artículo que me ha transportado hasta el sitio y con el que he conseguido ver, como en una película, lo que allí pasaba . Difícil ponerse en la piel de los que acuden día tras día a ese puesto, drogadictas y sanitarios. Difícil, para unos y otros, continuar y no desfallecer.
Conseguir más medios es imprescindible para acompañar el tremendo esfuerzo que realizan los profesionales del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid que están al pie del cañón y que demuestran según describes una humanidad que seguro es parte del tratamiento que los drogadictos necesitan

Unknown dijo...

Gracias por compartir tu experiencia, Luis Fernando. Hay que seguir colaborando, bajando al barro, sembrando esperanza.